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CONFERENCIA DE PASQUAL MARAGALL>
Cercle Financer, 30 de novembre de 1998
[INTERVENCIÓN DE PASQUAL MARAGALL]
Muchas gracias, Josep Vilarasau. Señor presidente, señor presidente del
Cercle Financer. Gracias a todos por estar aquí hoy, por su compañía esta
tarde, en la que además hay tantas conferencias en Barcelona. Me han dicho
que hay tres o cuatro muy importantes: está Herrero de Miñón, está [Salima
Ghezali], creo, que es una periodista argelina espléndida, que se merece
mucha atención, además. Pero gracias sobre todo a vosotros por haberme
invitado y permitirme hablar de la «propuesta catalana», como me gusta
llamarla. Propuesta catalana que, efectivamente, es una propuesta federal y
que tiene un contenido económico, pero no sólo económico.
Desde que, con Isidre Fainé, hablamos de esta conferencia, han pasado
algunas cosas. Y esto hace que tal vez el contenido numérico de esta
conferencia quede un poco rebajado. Porque se ha hablado tanto de números
que, probablemente —no digo que la hemos pifiado— pero probablemente en
este momento hay demasiados, y será mejor dejar enfriar las cuestiones, pedir
a quien tenga que darlas que dé todas las cifras que hay que tener para poder
discutir de estas cuestiones con sensatez. Tengo entendido
que el
vicepresidente Rato tiene que dar las cifras de carácter fiscal y de balanzas
fiscales, no sólo de Cataluña, sino de todas las autonomías, en un plazo
relativamente breve, suponemos que dos o tres meses. Esperemos a que lo
haga y entonces discutiremos las cifras con más intensidad. Pero no tengan
miedo, porque ya hablaremos del núcleo de la cuestión.
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�Yo, estos meses, desde que hemos vuelto de Roma, me he movido
evidentemente por Barcelona, pero también por toda Cataluña. En Barcelona
he hablado mucho con empresarios y fuera de Barcelona también. Algunas de
las caras que veo aquí las he visto recientemente; no todas, evidentemente,
así me gustará veros a todos más en la corta distancia, que es cuando
seguramente la gente se franquea más. Pero muchas caras de hoy las he
visto. Espero que seguiré viendo más. Y, sobre todo, he descubierto un mundo
un tanto nuevo para mí, que es el mundo de la Cataluña interior: de los
emprendedores, de los agricultores, de los payeses, de los porcinos, de los
regantes, de los ganaderos, de la gente de la montaña, del Pallars, del Ebro,
etcétera.
Y aquí he sacado un poco la conclusión de que Cataluña, en este
momento, está con un síndrome de ansiedad, yo diría. No sólo de
preocupación, que también, que es lo que se suele decir: «el país está
preocupado». No es exactamente preocupación; es ansiedad, que es una
mezcla de preocupación y de expectativa positiva. Es aquella preocupación
que se genera cuando hay posibilidades de ir mejor, no cuando vas
rematadamente mal o vas hacia abajo, cuando tienes miedo de estrellarte del
todo. Yo creo que hay miedo, hay preocupación, hay miedos. El mundo abierto
—a mí no me gusta demasiado hablar de globalización, pero sí de mundo
abierto—, el mundo abierto hace que los riesgos sean más grandes, pero
también que las posibilidades lo sean. De modo que no hay exactamente,
estrictamente, miedo o preocupación, sino ansiedad. En lo positivo y en lo
negativo, debo usar este término.
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�En Barcelona he visto, cómo no, cosas que ya sabía, un poco
empeoradas por el tiempo. Ha pasado un año más y resulta que la Fira, el
metro, el Palacio de Congresos, la tercera pista, el TGV... todo esto está un
poco como cuando me fui o incluso, en algunos casos, un poco peor. Las
fechas que ahora se dan para la finalización de estas cuestiones van un poco
más allá. Y vean que estoy hablando de cosas que todos deberíamos ser
capaces de ver hechas por las instituciones en conjunto, no sólo por una. No
estoy diciendo que haya una institución que vaya mal. Estoy diciendo que no
ha habido suficiente entendimiento como para que esto mejorara.
Os lo diré más claro: en el año 92, cuando se acabaron los Juegos,
poco después de acabar, recuerdo que vino, creo que fue, el ministro Borrell,
para poner la primera piedra del Moll de Barcelona, lo que ahora se llama el
Trade Center, el World Trade Center. Y con aquella primera piedra, yo pedí
que lo que había sucedido durante y antes de los Juegos se pudiera continuar.
Y no me refería tanto a los Juegos, al acontecimiento y ahgertpe, por decirlo
así, como a la fórmula de funcionamiento que representaba el hecho de que el
poder que mandaba era el más pequeño, el que estaba más cerca de la gente.
Y que los poderes grandes, que eran Cataluña y España, la Generalitat y el
Gobierno, estaban de acuerdo en colaborar y financiar sin, no obstante,
mandar. «Mandar» en el sentido fuerte de la palabra, colaborar. Esta fórmula
fue la que tuvo más éxito —pasa muy pocas veces en la historia de una
ciudad, supongo—, pero es la fórmula buena y es la fórmula Barcelona.
Nosotros propusimos en ese momento que hubiese otro gran proyecto,
el Plan del Delta. Ese proyecto se estimó, creo que fue, en cuatrocientos mil
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�millones de pesetas, cuando realmente conseguimos que se reuniesen todas
las instituciones que se tenían que reunir para cuantificar sus inversiones
posibles. Y ahora que he vuelto, de aquellos cuatrocientos mil millones de
pesetas, se habrán invertido escasamente una cuarta o quinta parte. Estaba
pensado para quince años, por lo tanto tendríamos que ver exactamente cómo
se distribuía esto, pero les puedo asegurar que no llevamos buen ritmo —
cuarta o quinta parte de lo que se debería haber invertido—, no llevamos el
ritmo que se había pensado.
Barcelona, en estos años, y Cataluña de rebote, ha perdido un poco pie
desde el 92 hacia esta parte, reconozcámoslo. No así en el tono económico de
la ciudad, en el tono privado, e incluso diría en el tono público local. Porque es
evidente que, pasada la trompada del 93 y del 94, los hoteles se llenaron, la
ciudad también, los comercios fueron hacia arriba y la gente que continuaba
diciendo que Barcelona no tenía suficiente población o perdía población
chocaba con una realidad físicamente contraria. Y a mí, siempre que me
preguntaban sobre este tema, les preguntaba a qué hora perdía población.
Porque claro, al mediodía, cuando uno se pasea por la calle, no se cabe: hay
los turistas que vienen, hay la gente que viene del área metropolitana, por
todas partes. Barcelona no ha perdido pie y Cataluña, en su conjunto,
tampoco; desde el punto de vista del tono de la economía privada.
El señor Oliver, catedrático de economía, ha demostrado que en
Cataluña, además, ha pasado una cosa muy importante: que es que ha
pasado de ahorrar, ha pasado de invertir bastante y ahorrar poco a ahorrar
mucho y seguir invirtiendo, y a exportar, que eso es lo más decisivo. Es decir,
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�que antes necesitábamos de ahorros exteriores para poder hacer lo que
estábamos haciendo, por decirlo de algún modo. Y ahora, gracias a la
exportación y al ahorro, podemos decir que somos un país que estamos en
condiciones de dar un paso hacia adelante muy importante.
Pero le ha faltado acompañamiento; a esta economía privada y a este
dinamismo le ha faltado un poco de acompañamiento, un poco de estrategia,
un poco de filosofía y un poco de canción, de mensaje y de unificación,
seguramente. No en el sentido de que todo lo lleve una sola mano; todo lo
contrario. En el sentido de que esta especie de impulsos que han funcionado
bien tuviesen un relato y tuviesen una filosofía más o menos compartida que
permitiese apuntar aquellos puntos que ya he dicho que han ido mal.
¿Qué es lo que ha ido mal, pues? Han ido mal todas, o casi todas, las
decisiones estratégicas. Ya he dicho unas cuantas, en el campo de las
infraestructuras, y las repetiré si es necesario. El aeropuerto es básico. El
aeropuerto ya no es sólo una puerta de entrada a la ciudad; es una de las
principales industrias de la mayoría de las ciudades de Europa, creadoras de
empleo, de tecnología, de oportunidades. Condición de las demás tecnologías,
como se demostró aquella vez que Barcelona quería tener AT&T y Madrid
también: la gran inversión de AT&T finalmente fue para Tres Cantos, en
Madrid. Y recibí, un día que yo estaba en Bruselas, un telegrama —que ya he
explicado muchas veces— del pobre [Thomas Enders], el embajador
americano, que me decía: «No vendrá a Barcelona. AT&T irá a Madrid
because of inexistance of non-stop flight Barcelona-Nueva York». No había
vuelo sin paradas Barcelona-Nueva York.
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�Ahora hay uno, o dos. Pero hay uno de Delta que se ha puesto porque
Delta se ha emperrado mucho en encontrar un slot, como se dice en el argot
de los aeropuertos. Hay el de Iberia... En invierno ya no está. Al de Delta,
además, le pasó una cosa: que es que el otro día, al volver de Nueva York,
paró en Madrid y se estuvo allí tres horas. Y lo hace a menudo. Y, ¿sabéis por
qué? Porque en Barcelona no hay mantenimiento. En el aeropuerto de
Barcelona no pueden dormir los big bodies, que es como los llaman; los
aviones grandes, no los veréis nunca durmiendo. Porque no harían nada. Y
éstos, cuando duermen, no duermen, trabajan. Trabajan con ellos porque si
no, no podrían volar en condiciones. No tenemos big bodies, no tenemos
hangares, no tenemos cargo. El cargo está limitado... Esto lo sabe mucho
mejor Joan Clos que yo y le estoy robando un poco la página. Sabe mucho
más que yo. Y lo ha explicado muy bien y lo está defendiendo muy bien. Pero
ahora, como todavía no ha llegado, aprovecho.
Las ochenta mil, creo que son, toneladas de cargo —no recuerdo la cifra
exacta— ha plafonado, porque ya no caben más. Un aeropuerto como el
nuestro tiene un límite de movimientos por hora, que creo que son cincuenta,
aproximadamente.
Se
pueden
mejorar
marginalmente,
con
cambios
tecnológicos, pero estamos en la línea de los cuarenta y ocho durante unas
nueve horas al día. Tres, tres y tres: tres por la mañana, tres al mediodía y tres
por la noche.
Esto quiere decir que Barcelona se está —dejad que lo diga— desde el
punto de vista económico, suicidando, en este sentido. Está desaprovechando
la más importante de las oportunidades. Es como si hubiésemos cerrado la
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�puerta. Es como si hubiésemos puesto un arancel. Como si hubiésemos dicho:
«No, no, las inversiones que quieran venir aquí, en lugar de ser bien recibidas,
tendrán que pagar». Tienen que pagar, porque los ingenieros y los ejecutivos
de AT&T que tenían que venir en masa a España para hacer una gran fábrica
no querían pagar el precio de tres horas de espera en el aeropuerto de Madrid
y un cambio de avión, evidentemente. Nosotros tenemos un peaje, otro peaje
—un arancel, en este caso— para entrar en Barcelona, cuando todas las
ciudades están haciendo lo contrario.
Yo, sobre este tema, ya les he dicho la solución: el aeropuerto de
Barcelona se tiene que privatizar. Ya no veo más solución. Lo he visto en Italia,
he visto al alcalde de Napoli, que es ex comunista, [Antonio Bassolino],
inteligente, inteligentísimo —ahora lo han hecho ministro y me parece que no
deja de ser alcalde, porque los italianos también hacen de vez en cuando estas
cosas. Y este hombre vio, al llegar a la alcaldía, que el aeropuerto de Napoli
iba mal —cosa muy esperable, desde muchos puntos de vista—: había
corruptelas, había ineficacia... Y lo que hizo inmediatamente fue hacer un
concurso internacional para el management del aeropuerto. Y adjudicó la
dirección del aeropuerto a BAA, la British Airport Authority, quedándose un
dieciocho por ciento de las acciones, creo, y un derecho de tutela sobre las
decisiones estratégicas.
Pues ya se lo avanzo: Barcelona debería hacer lo mismo. Barcelona
tendría que privatizar como mínimo la gestión e incluso tal vez el capital, o
buena parte del capital. Guardar un veinticinco por ciento para que se lo
puedan repartir los dos ayuntamientos que juegan en el área metropolitana, la
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�Generalitat, la Cambra de Comerç y AENA. Pero para AENA un cinco por
ciento, no un cien por cien. Porque pensad que Iberia... Anteayer me decía en
Madrid —hace tres días— me decía en Madrid el presidente del SEPI —que lo
tenía al lado en la comida del The Economist que él presidía— que Iberia ha
tenido el plan. Iberia no puede incidir en las infraestructuras del aeropuerto,
pero tiene el plan de operación de un programa de vuelos mucho más
ambicioso para Barcelona, lo que llaman un hub europeo. Un hub es un centro
de redistribución. El espacio aéreo se distribuye en una red, como todos los
demás, y los nodulos importantes de esta red en la que hay intercambios son
hubs, hache, u, be. Son centros de redistribución.
E Iberia tiene pensado, tenía pensado y tenía proyectado, un hub
europeo en Barcelona, lo cual quería decir que a Barcelona venían vuelos de
Latinoamérica que querían seguir hasta Munich o hasta Milán, por ejemplo. Y
la parada, la tenían aquí. Igual que nosotros ahora tenemos que parar en
Madrid cuando vamos a Río de Janeiro o cuando volvemos, pues en este caso
sería al revés. Sería en Barcelona donde pararían los aviones, incluso de
Iberia. No estoy hablando ya de Aerolíneas —éstos por descontado— y los
brasileños, que nos han sido enormemente amigos desde siempre y que han
saltado cantidad de obstáculos para poder hacerlo. ¿Y qué pasó? Pasó que
AENA no estuvo al caso. Es decir, que las infraestructuras no estuvieron y que
Iberia no podía sacrificar todos aquellos vuelos y por lo tanto tuvo que
decidirse por Madrid. Y me dijo: «Creo que ahora ya es tarde. Se han perdido
tres años y en estos tres años ahora las inversiones ya están hechas aquí, con
la tecnología, la mano de obra cualificada y las instalaciones».
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�Han sido años, pues, desde este punto de vista, malos. Que provocan la
cierta ansiedad que yo he visto en los empresarios con los que he hablado. El
concurso de handling del aeropuerto... Hubo un concurso, interesante, al que
se presentó el Consorci de la Zona Franca junto con Lufthansa. Pues ganó el
[ININTELIGIBLE].
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L
Y podríamos seguir. No sólo en este campo. En el campo de las
telecomunicaciones, en el campo de la prensa, en el campo de la televisión, en
el campo de la telefonía móvil... En todos éstos, no ha habido —con la
excepción de Retevision, que ya sabemos que es muy válida, pero que todavía
es una cosa pequeña, muy pequeña, al lado de Telefónica—, no ha habido
empresas catalanas que hayan querido o podido ir. No ha habido ninguna. Y
cuando uno pregunta —yo lo he preguntado a los empresarios de aquí—: «¿Es
que no hay el capital? ¿O es que no hay el management?». Y me han dicho:
«Hombre, el capital existe y el management se puede comprar, en última
instancia», como hizo el alcalde de Napoli con BAA. No se ha ido porque no ha
habido una estrategia para ir, no ha habido una dirección, no ha habido una
cabeza pensante que dijese: «Pongamos los peones aquí o pongámoslos allí».
Se han hecho algunas cosas, pero estas cosas que se han hecho no son, ni
mucho menos, las más importantes.
Es decir, tenemos el ahorro, tenemos la potencia económica, tenemos
los managers —después os lo diré, porque hay un montón de managers
importantes colocados fuera de aquí—, pero no hemos tenido la estrategia.
Muchos empresarios me han dicho: «Nuestros hijos tienen que ir a Madrid». Y
yo se lo puedo garantizar, porque muchos hijos de mis amigos han tenido que
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�ir a Madrid. Porque lo que saben, si quieren que sea rentable, aquí no pueden
conseguir que sea rentable. Es así. El último, la semana pasada, un chico que
se va a la CNN en España, o al Plus; otros porque están en cosas financieras,
y aparte de La Caixa... Pues resulta que ha tenido que ir a Madrid. Y La Caixa
no puede emplear a todo el mundo, evidentemente. No ha habido, pues, una
—vuelvo a repetir— una política de acompañamiento que estuviese a la altura
de las posibilidades económicas del país y de las ciudades de Cataluña.
Yo, ante esta situación, lo que pienso que hace falta es, sobre todo, más
que discutir de dinero, discutir de proyectos. Y ver cómo se hace una
estrategia política catalana que no sea excesivamente intervencionista —yo no
lo soy mucho. Pueden estar tranquilos los representantes de las cajas aquí
presentes, de las diversas cajas, porque no soy muy partidario del
intervencionismo. Pero sí que soy partidario de una economía que existe, una
economía de aglomeración, una economía externa que existe y que tienen los
ayuntamientos, y que tienen los gobiernos, y que tiene la Generalitat, y que las
empresas no pueden tener, que es la agregación de información intersectorial,
la emisión de las oportunidades, los datos para decidir. Esto lo tiene el
despacho del alcalde —Joan Clos lo sabe perfectamente y Narcís Serra
todavía más, porque fue el que empezó esta saga. Pues es un sitio de
información privilegiada. No privilegiada en el mal sentido, sino en el buen
sentido. Es un sitio en el que tu preocupación es qué hacer con todas las ideas
que te llegan al cajón, o a la mesa, y que tienes que meter en un cajón y
cerrarlo. La mitad de estas ideas no son buenas y de la otra mitad la mitad
fracasarán. Pero hay una cuarta parte que probablemente irá hacia adelante.
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�En este sentido yo sí que soy no partidario de la intervención, pero sí del
acompañamiento. Soy partidario, como hicieron con la compañía Iniciatives
S.A. —que ya saben ustedes que funcionó bien— soy partidario de que el
Ayuntamiento, la Generalitat, digan: «Nosotros ponemos dinero en esto». Si
puede ser, ponerlo transitoriamente. Si puede ser, ponerlo, además,
minoritariamente. Y si puede ser, además, que haya un elemento de interés
general en cada una de estas iniciativas. Éstas son las tres condiciones que yo
le puse a Francesc Raventós en el año 86, el día en que creamos Iniciatives:
que hubiese un elemento de interés general, que casi siempre está, porque
todas las líneas de producción un poco estratégicas son interesantes para la
ciudad, en última instancia; y que hubiese una participación temporal del
Ayuntamiento, o sea del capital público; que no me pidiese nunca más dinero
(le dimos mil millones el primer año sobre los doce mil millones que teníamos
de presupuesto de inversiones —me pidieron trescientos más, pero nunca
más) ; y que además fuésemos minoritarios.
De aquella primera lista de dieciséis empresas, por ejemplo, salió,
aparte de la Torre de Comunicacions y del Poble Espanyol, y de mil cosas
más, una que se llamaba Barcelona Cable. Esta Barcelona Cable ha ido
evolucionando y ahora se llama CTC, Cable i Televisió de Catalunya.
Vendieron los primeros socios, que eran franceses y belgas, compraron unos
americanos, US West. Los americanos, como ustedes ya saben, no se fíen de
ellos. Yo los quiero mucho, porque además he vivido allí. Pero, ¿qué pasa?
Tienen un mercado tan grande que cuando en su casa tienen un problema,
aquí estornuda y nos quedamos sin un dólar de inversión. Y esto pasó con US
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�West, que nos acompañó muy bien, que nos hizo la tecnología y puso el
dinero, para lanzar la red de CTC, pero que en el momento en el que hubo una
fusión de dos rivales americanos tuvo que vender todos sus activos a Europa,
en una semana, como aquél que dice, para estar presente allí. Que conste que
se han portado bien, que nos han hecho todo el seguimiento y que siguen
colaborando, pero aquí se tuvo que buscar rápidamente un socio nuevo.
Es igual. Las aventuras, ustedes las conocen mejor que yo, lo que es el
mundo de las empresas y sobre todo el mundo de las empresas
internacionales. El caso es que Barcelona hoy tiene una red incipiente. No ha
ido tan rápido como yo habría querido o como el alcalde Clos habría querido,
pero tenemos un operador. Y lo que les iba a decir es que esos doce, quince,
veinte o cincuenta o treinta millones que pusimos —no me acuerdo, cuántos
eran— en la primera Barcelona Cable, se han vendido ahora, transformados,
retransformados a través de la fusión con Catalana de Capital Risc de la
Generalitat, fusión que fue en realidad una compra... Iniciatives tenía
beneficios, Catalana de Capital Risc tenía pérdidas y digamos que entre las
dos hicimos las paces, como se dice vulgarmente. Y la Generalitat tenía que
hacer una cosa —que tal vez la tenía que hacer, yo no digo que no la tuviese
que hacer—, pero que fue no una empresa de capital riesgo, aunque se
llamaba así, sino que fue comprar o ayudar a empresas viejas con problemas.
Y «capital riesgo» quiere decir ayudar a empresas jóvenes con futuro, todo lo
contrario.
De modo que el matching fue sencillo. Prácticamente podemos decir
que absorbimos Catalana de Capital Risc, en aquel momento, y así la
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�participación de Catalana de Capital Risc, que ahora ya es una empresa mixta,
en la cual el sector público es de por sí minoritario —no las aventuras que
realiza, y cada una de las inversiones, sino la propia empresa— se ha vendido
la participación a CTC por dos mil ochocientos millones, hace una semana.
A mí lo que me gustaría es pensar que tiene que haber alguien que
diga: «Esta plusvalía se tendría que reinvertir en este campo». Porque si en
diez años hemos pasado de doce, quince o veinte millones a dos mil
seiscientos —o dos mil ochocientos, mejor dicho— tal vez lo que se tendría
que hacer con estos dos mil ochocientos, o con gran parte de ellos, es
reinvertir en este campo, que es el campo de más futuro, por una razón de
beneficio y de capital riesgo. Como empresa de capital riesgo y por una razón,
además, estratégica y de país, valdría la pena no perder posiciones. Claro que
esto, estos dos mil millones, comparados con las inversiones que se tienen que
hacer para cualquiera de las iniciativas importantes que están sobre la mesa
estos días, es lo que los americanos llaman «cacahuetes», «peanuts», nada.
Las inversiones son de cuarenta, de sesenta, de cien, de doscientos o de
ochocientos mil millones —como ha hecho Telefónica en Brasil, no sé si bien o
mal, pero en fin, lo ha hecho. Por lo tanto, dos mil seiscientos millones no
representan nada. Pero, a nosotros, aquella pequeña inversión nos sirvió. Y
ésta es un poco la filosofía que yo echo en falta y que creo que los
empresarios coinciden conmigo en que no ha existido del todo.
Y entonces, ¿cuál es el problema de Cataluña desde el punto de vista
económico? ¿Desde el punto de vista económico público? El problema es esta
falta de estrategia. El problema no es tanto el exceso de impuestos. Lo digo
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�muy claro ya de entrada. Yo he explicado los cuatro puntos de federalismo
económico varias veces y ya los repetiré. No querría extenderme demasiado
en ello, porque ya lo he hecho, y es conocido, y la prensa especializada los
conoce perfectamente.
Porque recuerdo que fue en el mes de abril, con motivo de un viaje aquí,
tuve que ir a Girona a presentar un libro sobre la ciudad, que había hecho la
Universidad de Girona, un libro magnífico. Y sucedía que en aquel momento
había las elecciones primarias en Madrid entre Borrell y Almúnia. Y recuerdo
que saliendo de aquella sesión, a Quim Nadal y a mí nos preguntaron —ya nos
lo esperábamos—: «¿A favor de quién están?». Y nos pusimos de acuerdo en
decir: «De nadie». Del que diga que sí a estas cuatro cosas, que ahora os
repetiré y que las he continuado diciendo en cada sitio al que he ido. Cuatro
puntos que son: el régimen foral y el régimen común se deben igualar. Y ahora
os lo explico muy brevemente. Primero. El segundo: el Estado tiene que gastar
menos de la mitad y los territorios más de la mitad. Y los territorios repartírselo
a partes ¡guales, comunidades autónomas y ayuntamientos. Tercero: las
inversiones per capita de las áreas metropolitanas de más de un millón del
país, per capita, tienen que ser iguales. No hay ningún motivo para que no lo
sean. Y cuarto, el famoso punto: la balanza fiscal en relación con el producto
nacional bruto, o regional bruto, de cada una de las regiones del sistema —
porque ya ven que yo no estoy haciendo una reclamación de Cataluña, estoy
proponiendo un sistema para España, que es diferente— tendrían que ser
similares a las que tienen las regiones europeas de renta media similar, o sea
de renta per capita relativa a la media nacional similar.
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�Estos son los cuatro puntos que yo he defendido desde hace tiempo y
continúo defendiendo, y que después han dado lugar a una batalla de cifras y
de debates, no el menos importante de los cuales es si el cuarto punto es el
más importante o el menos importante. El cuarto punto, el de la balanza fiscal
relativa a la renta, yo he llegado a la conclusión de que es derivado de los
otros tres. No es la variable independiente, es la variable dependiente de los
otros tres. Pero, en fin, la discusión sobre este punto y la idea sobre este
punto, la culpa la tiene La Caixa d'Estalvis, ya se lo he dicho a su director
general antes de entrar —la culpa o el mérito— porque su servicio de estudios,
hace tres años, cuando yo era presidente del Comité de las Regiones y quería
tener datos...
Yo, en el Comité de las Regiones, empecé a ver que los bávaros, y los
de Nordrhein Westfalia, y los de Baden-Wurtemberg, y todos estos, se
quejaban mucho. Y no sólo del precios-de la [ININTELIGIBLE] o en fin, las
discusiones sobre la OCM del vino o cosas de éstas, que eran dramáticas, sino
en general porque pagaban demasiado. Y empecé a notar que en Europa
había una fatiga fiscal. Esto, en fin, era previsible. Y se sabe, no sólo por datos
económicos, sino también porque hay Bossis por el mundo, hay Umbertos
Bossis en Italia, hay [$>|p|Der] mismo en Baviera —es de un localismo muy
acentuado, muy muy acentuado...
[Stober] era una de las figuras fuertes del Comité de las Regiones.
Tanto es así que me lo llevé de reportero a la Cumbre de las Regiones y de las
Ciudades de Europa que hicimos en Amsterdam un mes antes de la Cumbre
de las Naciones. Vinieron trescientas personas, doscientos presidentes de
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�regiones europeos —no vino el presidente de Cataluña, lástima— y un
centenar de alcaldes de grandes ciudades. Y allí se discutió qué querían las
regiones y las ciudades de Europa, y dijeron: «Queremos más Europa y
queremos más proximidad, más Europa y más región». Y, además, explicaron
por qué. Dijeron: «Lo queremos porque vemos que es evidente que para estar
contentos como europeos no podemos pasar las vergüenzas que hemos
pasado en Bosnia y las que pasaríamos en Kosovo», que era previsible y
estaba cantado. «Querríamos tener una moneda fuerte, no querríamos estar
tan pendientes de lo que pasa con el yen o con el dólar. Querríamos tener,
pues, un poco más de política europea desde el punto de vista monetario,
desde el punto de vista exterior.» Y, sin embargo, con esto no queremos
alimentar un nuevo leviatán. Y aún más lejos que antes, no en Madrid, en
Bruselas, que, además de estar lejos, llueve. Y como dice siempre Felipe
González, que no quiere ir a Bruselas porque no hace sol. Es decir, no
queremos alimentar una nueva maquinaria estatal de decisiones que esté aún
más lejos que la que ahora tenemos. «Y, por lo tanto», decíamos todos, «por
unanimidad, queremos más Europa y más región, más proximidad.»
Ustedes dirán: «Hombre, esto es una utopía». Pero es una utopía que
pasará. Y es una utopía que pasará porque la gente no aceptará esta Europa
si Europa no da a cambio una garantía de devolución de poder. No que
pasará, que está pasando. Empezó a pasar en España, avant la lettre,
digamos, de los demás. Pero está pasando en Italia y está pasando en Gran
Bretaña. Y está pasando, por descontado, en los países federales desde
siempre, en Austria, en Alemania o en Suiza.
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�Un poco, el motor de explosión de estas actitudes regionales europeas,
que sin embargo son muy sensatas, Bossi es una excepción... Haberlas, las
hay, en el Comité de las Regiones hay algunos que son de la Lega, alguno:
[Furmigoni] por ejemplo, el presidente de Lombardía, etcétera. Que son de
éstos que se reúnen con nosotros por los cuatro motores, que les llaman. Con
esto hemos tenido un poco de mala suerte, porque dos de los cuatro motores
creo que eran el de Rhône-Alpes y el de Languedoc-Roussillon, también —me
parece que tenía que venir a reuniones aquí, a Cataluña, por este motivo. Y
estos dos, como son apoyados por Le Pen, lo mejor que podrían hacer es no
venir. Pero en fin...
El problema que tiene la comunidad de los Pirineos, el pobre [Josep
Doró], que es el cónsul de Ordino, que es el presidente de la Comunidad...
Andorra preside la Comunidad de Trabajo de los Pirineos; está Midi-Pyrénées,
está Aquitaine, está Languedoc-Roussillon, está Cataluña, está Aragón y no sé
si el País Vasco —creo que también— Euskadi. Y ahora preside el cónsul de
Ordino. Y se encontró el otro día con este problema, también: que venía
-/(Jacques Blanc, y venía no recuerdo qué otro político y los otros no querían ir.
Pero, en fin, dejemos las cuestiones políticas a un lado.
Lo que mueve a las regiones europeas, reunidas en Amsterdam, y en
general al Comité de las Regiones, es tratar de conseguir enviar lejos, a
Europa, todo aquello que sea necesario para ser más dignamente europeos.
Pero evitar que esto se convierta ni en un nuevo leviatán ni en un alibi, en una
excusa para que los estados mantengan cosas que nosotros ya sabemos
hacer, como regiones o como ciudades. Y éste es el punto importante, el punto
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�que pica, digamos. Y es por esto que las regiones se vigilan mutuamente, pero
yo diría que sin acritud. Gracias a que tenemos Europa, que es un contenedor
mucho más grande, no hemos de tener miedo de que las regiones se tiren los
platos por la cabeza. Lo parece, que se los puedan tirar, y a veces, cuando hay
pleitos históricos detrás, como es el caso de Irlanda del Norte o como es el
caso de Euskadi —y violentos, además—, ha sido inevitable. Pero incluso
estas cosas se están solucionando, y en el marco de este nuevo regionalismo
europeo.
Uno de los motores de diferencia y de competencia es justamente quién
paga y quién cobra. Y por qué y cuándo. Yo iba viendo que esto era así y
pensaba: «Si a esto le añadimos los fondos de cohesión, llegará un momento
en el que los alemanes, en estas sesiones del Comité, estarán intratables». Y
pedí quién tenía las cifras de los saldos de la balanza fiscal, no de las
regiones, sino de los países, del fondo de cohesión. Y creo que es el señor
Elias o el señor [I ISÜNTE LIGIBLE] ó uno de los directores del servicio de
estudios de La Caixa d'Estalvis calculó esto —que tampoco era tan difícil de
calcular, pero nadie lo había hecho. Y salió con el siguiente resultado:
Alemania, déficit fiscal de 1,5 billones de pesetas año —aquel año, que es
hace cuatro años; España, beneficio fiscal positivo de 1,250 billones. Todo lo
demás, «cacahuetes», otra vez. Nada. Lo demás es: Inglaterra paga un poco y
Grecia cobra. Pero cobra... Aunque Grecia sea más pobre, es tan pequeña —o
Portugal o Irlanda— que nada. En fin, Holanda y Bélgica pagan a Grecia,
Inglaterra paga a Portugal, etcétera. Es un decir. No es que paguen
directamente, pero quiero decir que se equiparan las cifras.
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�El fondo de cohesión europea y todo el drama de la cohesión europea
es una balanza desequilibrada entre Alemania y España. Alemania paga y
España recibe. Y, ¿por qué paga Alemania? Paga porque Felipe González y
Mitterrand convencieron a Kohl de que si quería la unificación alemana tenía
que pasar por dos condiciones: abandonar el marco y hacer el euro, que es lo
que todos queríamos —menos un grupo importante de alemanes, no Kohl, que
estaba de acuerdo; y dos, el fondo de cohesión. Usted tendrá unificación
alemana, tendremos a Europa abriéndose al este, pero usted no puede olvidar
el sur. Queremos cohesión no sólo intranacional, sino intraeuropea.
Así nacieron los fondos de cohesión. Pero mi inquietud creció cuando, a
partir de aquí... Eso, por otro lado, era muy sólido, este acuerdo era muy
sólido. Además, los protagonistas del propio acuerdo seguían vigentes en
aquel momento como dirigentes de sus países, de España y de Alemania, y
por lo tanto no parecía que fuera a haber un gran problema. La sorpresa saltó
iW> i/W 1 .
cuando [Stóber], el presidente de Baviera, me dijo, en su palacio magnífico en
Munich, que había sido del rey —un rey que tenían en el año 1914, todavía,
con ejército y todo. Me dijo: «Mire, nosotros estamos pagando mucho a los
españoles, pero no se crea que esto es lo que nos preocupa más. Lo que nos
preocupa más es que nosotros les estamos pagando diez veces más a las
regiones del este que acaban de entrar por la unificación».
He hecho que lo comprobaran. Antoni Castells, que es el maître penseur
de todos nosotros —es el que nos da las cifras a todos, incluso a la otra acera
de la calle política... Las cifras de Antoni Castells son las que mandan; es el
miembro español del Tribunal Europeo de Cuentas, por otro lado, y es lógico.
19
�Me dice que, efectivamente, el señor [Stëber] tenía razón. Lo que los alemanes
pagan de su PNB, de su Producto Nacional Bruto, para la cohesión es un 0,5
por ciento. Lo que las regiones ricas alemanas pagan a las pobres es un cinco
por ciento de su PNB. O sea, lo que Baviera, Renania del Norte-Westfalia,
Baden-Wuttemberg, etcétera, pagan a sus homologas del otro lado, del este,
es diez veces lo que está pagando Alemania, en proporción, a los fondos de
cohesión y por lo tanto, básicamente, a España.
Vean entonces que buena parte de lo que está pasando es que... Y esto
ha sido muy desgraciado, creo, que nosotros, por razones de calendario
electoral o lo que sea, hayamos tenido que plantear estos temas —yo creo que
yo de una forma más sensata, otros no tanto— en el momento justo en el que
Alemania nos estaba empezando a decir que no nos pagaría o que no nos
quería pagar el fondo de cohesión y que había conseguido la alianza de
Francia y de Inglaterra sobre esto. Si en este momento se le dice al gobierno
español: «Señor Rato, mire, no nos hable de Alemania. Nosotros estamos
aquí, dentro de España, y lo que le decimos es que Cataluña paga
demasiado». Pues el señor Rato se convertirá en la víctima, y las víctimas
siempre son de alguna forma simpáticas. Porque aparecerá como la persona a
la cual desde fuera y desde dentro se le está diciendo «no queremos pagarte».
Por lo tanto, nosotros, para decirlo claramente, nosotros no tenemos
que decir que no queremos pagar. Porque además, en primer lugar, lo más
importante de lo que pasa con la balanza fiscal negativa de Cataluña no es que
pagamos demasiado, sino que recibimos poco. Y por lo tanto —y ahora vuelvo
a lo de antes—, no hemos tenido la estrategia, ni la habilidad, que tuvimos
20
�antes del 92 para movilizar las inversiones que había que movilizar en nuestra
área de Barcelona y en el conjunto de Cataluña. No hemos podido hacerlo. Y
ahora tenemos un Eix Pirinenc cojo en el que te pierdes. No intentéis seguirlo
porque os perderéis en Ripoll seguro, porque no hay ni indicaciones, para
entendernos. Y entonces vienen las querellas de la Generalitat, que dice:
«Esto es de Borrell, esto era del Estado». El Estado que dice: «Culpa tuya en
el caso de la Pota Sud, porque nosotros la queríamos hacer pero vosotros no
quisisteis porque...» Bueno, es igual.
No ha habido la estrategia, no ha habido la visión, no ha habido esta
política de acompañamiento que tenía que hacer que las inversiones viniesen.
Nosotros no sufrimos por el lado de los impuestos, sufrimos por el lado de los
gastos. Pagamos el veinte por ciento y tenemos el veinte por ciento. Incluso
me extraña, porque teóricamente el impuesto sobre la renta es progresivo y,
por lo tanto, tendríamos que pagar un poco más que la parte de renta que
tenemos. Pues pagamos el veinte o el veintidós, como mucho. Creo que las
cifras de Pujol son el veinte; las cifras de Castells —de las que me fío más,
francamente— son el veintidós. O sea, un poco más desfavorables para
Cataluña, en este sentido, pero lógicas, en última instancia. Lo que no
recibimos es la parte que nos toca. Y en esto estamos todos de acuerdo: no
recibimos la parte que nos toca por población.
Aquí nos diría Antoni Zabalza —y tiene razón—, en el fondo, lo que
pagamos y lo que recibimos es el resultado de unas políticas que no tienen
nada que ver con la balanza fiscal, que son autónomas, que tienen que ver con
la progresividad que nos habíamos impuesto y con la distribución de ricos y
21
�pobres en cada región, que no la podemos cambiar así rápidamente.
¿Comprendéis? Es decir, si en Cataluña hay más ricos que en Extremadura y
el impuesto sobre la renta es progresivo, Cataluña pagará más y Extremadura
menos. Pero seguramente, si acordamos que todos tendrían que cobrar igual,
que es de lo que Felipe González ha intentado convencer durante muchos
años a Rodríguez Ibarra para que acepte, que los ricos tienen que pagar más y
los pobres menos, pero cobrar, todos hemos de cobrar igual. Un rico también
es caro, es incluso más caro, a veces. Para el sector público. Esto ya lo estudió
Pepe García Duran con los ayuntamientos hace muchos años, lo que se gasta
una ciudad; en última instancia, por muy redistributiva y progresista que sea —
y Barcelona lo ha sido—, está invirtiendo sobre cada ciudadano en proporción
más o menos a su renta. Los ricos hacen más basura, para entendernos. Es
así. Y tienen más coches y gastan más. Por lo tanto, aunque uno no quisiera,
simplemente para servir, sin redistribuir demasiado, estaría pagando más o
menos en función de la renta.
Pues bien, aquí nos ha fallado esta parte. Y cierro este punto porque no
quiero seguir entrando en él. Cuando Rato dé todas las cifras de todas las
balanzas fiscales españolas, etcétera, nos pondremos en ello; pero sepan que
no será la discusión más importante. La discusión más importante, la hemos de
tener sobre la distribución del gasto. La discusión importante la hemos de
tener... [FRASE CORTADA]
[FIN DE LA CARA A]
22
�[INICIO CORTADO]... por debajo de Madrid, igual que Chirac había querido
hacer en París y no ha hecho —por lo menos de momento, no lo ha hecho.
Bueno, el alcalde de Madrid no tiene fama de muy realista y por lo tanto eso no
me inquietó excesivamente. Y menos que nadie Alberto Ruiz Gallardón, que
dijo exactamente lo contrario el mismo día. Dijo: «Lo que tenemos que hacer
es invertir en metro». Este sí que va mucho más allá que nosotros. Este señor,
Ruiz Gallardón, junto con el Ayuntamiento, por supuesto, está invirtiendo cien
mil millones de pesetas en metro en cuatro años, cuando nosotros invertimos
treinta. Estoy, otra vez, repitiendo cifras que Joan Clos se ha cansado de
explicar y que ya todo el mundo conoce en este momento.
Y es aquí, vuelvo a repetir, donde estamos fallando. No hemos
conseguido que en el tema de las inversiones... No hemos conseguido, por
decirlo así, una cosa que ahora si la digo aquí será titular mañana y
seguramente
más en Madrid que aquí... No hemos conseguido
un
reconocimiento de la bicapitalidad fàctica de España. Y ahora ustedes no lo
han oído y por favor no me lo titulen porque se enfadan mucho. Pero es la
realidad. Igual que los chavales de Almería o de Asturias se dividen en los del
Madrid o los del Barca, la verdad es que España —como Italia, por ejemplo—
es una red de ciudades que tiene dos cabezas y que si se quiere optimizar —
esto los ingenieros lo saben— debe tener en cuenta esto. No puede tratar al
sistema como si fuese monográfico y con una pirámide y con una sola cabeza.
Por lo tanto, el interés de Cataluña está en obtener este reconocimiento,
que si lo presentamos como bicapitalidad no nos lo darán nunca, porque la
Constitución no lo dice y no es lo que queremos. No queremos ser la capital de
23
�España, con una ya basta. Lo que sí que queremos es que una área
metropolitana igual, de 4 millones —4,2 la región metropolitana aquí, allí deben
tener 4,5, si llegan— debe tener el mismo trato. Y tiene las mismas funciones,
exactamente iguales, y los mismos problemas de congestión, y de densidad y
de miseria y de riqueza y de tecnología, exactamente igual. De manera que no
está justificado que esto no sea así. Claro, en Madrid, de los veinticinco
museos que hay, creo que hay veinticuatro que son del Estado y uno del
Ayuntamiento, y aquí es al revés: veinticuatro del Ayuntamiento y uno del
Estado. Y ahora la Generalitat tiene este nuevo que han hecho del puerto y
una participación en el MNAC.
No puede ser. Nosotros aquí sí que estamos pagando peajes. Éstos son
los peajes que quizás no contamos. La imposición local, por ejemplo. A mí me
gustaría que todo esto... Yo no sé si los peajes los cuentan, cuando hablan de
balanzas fiscales. Porque también se tendría que contar el tema de lo que
estamos pagando de más, no por vía de impuestos, sino por vía de tasas o de
precios públicos. Esto es otra cosa importante. Y ahora no me estoy metiendo
con vuestro director general, ni mucho menos, sino que me estoy metiendo con
el hecho de que el Gobierno, el Gobierno español y, por lo tanto, el Gobierno
catalán —que no lo ha sabido mover en este sentido— no haya tenido un poco
más de ecuanimidad, en esta materia, y haya hecho pagar a los madrileños lo
que nosotros ya nos pagábamos aquí, por ejemplo, cosa que nos hubiese
dejado mucho más tranquilos, desde el punto de vista de la equidad.
Pero, vuelvo a decir, nosotros no tenemos que ir sólo por el lado de no
pagar. Yo creo que esto es un error. La vida es cara en las ciudades grandes,
24
�y si las queremos eficientes y pioneras y tecnológicamente... Si queremos que
nuestros hijos no tengan que ir no sé adonde a trabajar, será caro. Será caro
desde el punto de vista de que nos tendremos que fabricar los servicios y los
atractivos para que las empresas vengan.
Dejémoslo aquí. Queda aquí. No es el tema más importante. Una
cuestión de cifras sí que la quiero decir. Hace dos años nos dijeron que se
había hecho un pacto de financiación autonómica muy bueno. Narcís Serra dijo
entonces que «cuidado, que la renta aquí ya es más alta que en los otros sitios
y no crecerá tanto como crecerán los demás, no os fiéis tanto del I RPF». Lo
que hicieron fue repetir o multiplicar por dos lo que él había hecho con Solbes
en el pacto anterior: quince por ciento, pues treinta. Dijeron: «Miméticamente
esto irá bien». Pero, claro, nosotros estábamos plafonando respecto del
crecimiento relativo en las otras regiones y esto ha hecho que todo esto no
diera el resultado que tenía que dar. Narcís dijo: «Coged una cesta de
impuestos, coged el IVA, coged impuestos especiales, no les cojáis sólo el
IRPF». Pero hay esta idea siempre de que aquí se tienen que vender las cosas
de una manera muy fácil. Ahora haremos una movilización por el pacto fiscal e
IRPF. Y la pifiamos. Tanto la pifiamos que incluso la cifra que dio el otro día el
presidente Pujol en el Cercle d'Economia está equivocada. Dijo ciento
veintisiete mil millones que hemos ganado; dijo: «Este año, el beneficio de los
dos pactos sumados son ciento veintisiete mil millones». Pues le he pedido a
Castells que lo calculara y son ciento ocho mil millones, no ciento veintisiete, y
no en un año, sino en cuatro. O sea, desde el 94 hasta el 98. De modo que el
beneficio es «cacahuetes», también. No gran cosa. No ha ido bien. Pues como
25
�no ha ido bien, ¿ahora tenemos que hacer una guerra fiscal? No, no, ahora
tenemos que reconocer que nos hemos equivocado, poner hilo a la aguja
serenamente, pedir al señor Rato las cifras y empezar —repito— la discusión
con calma y tranquilidad.
Yo querría hablar un momento de federalismo cultural, porque la
propuesta federal catalana no puede ser sólo una propuesta económica. Así de
mal nos va, de tanto que nos identifican con esto. Yo creo que Cataluña tiene
que proponer lo que yo llamo «federalismo cultural», que tal vez no es
técnicamente muy correcto. Cataluña tendría que proponer antes que nada
una historia común de los pueblos de España. Cataluña tendría que decir:
«Nosotros cogemos a los profesores de Historia catalanes, los valencianos, los
sevillanos, los de la Complutense, el Carlos III, los gallegos» y como decía
Estapé a veces, hablando de algún profesor eminente, «se los encierra en una
jaula, se les da pienso y sacan la ley». En fin, no haremos lo mismo, sino que
los trataremos bien; pero lo que les tendríamos que pedir es que en cuatro o
cinco años fuesen capaces de producir una historia común de los pueblos de
España.
Un día que comenté esto en una de estas múltiples cenas con
empresarios que he tenido, salió uno y me dijo: «Pero si yo ya lo hago» —un
editor. Dice: «Ya lo hacemos nosotros, esto». Digo: «¿Ah, sí? ¿Qué haces?».
Dice: «Yo envío a cada comunidad autónoma lo que me pide». Digo: «Pues
esto es exactamente lo contrario. ¿Tú cuántos ejemplares envías a La Rioja?».
Dice: «Mil quinientos». Digo: «Escucha, ¿y te sale a cuenta?». Dice: «Es que
26
�hemos
hecho
unas
inversiones tecnológicas
muy
importantes
para
diversificar...» Evidentemente que no sale a cuenta. Pero es lo que piden.
Pero es que yo no digo dar lo que piden, en este caso. Si no que digo
que se tiene que lograr un acuerdo entre los partidos, las fuerzas políticas de
este país, de Cataluña y el resto de las comunidades autónomas y el Estado,
para dar de una vez por todas a los chavales de toda España la misma
historia. Pero no como dice la ministra de Cultura, sino explicando, de cada
una de las comunidades, cuáles son aquellos hechos históricos que la hacen
realmente diferente. Le decía yo a un profesor de aquí, que ya ha aceptado y
ya están trabajando (hay unos que ya están trabajando en ello; ya veremos
cómo les pagaremos, pero en fin, espero que les podremos pagar bien). Si un
chaval de Almería pone la radio, la televisión, el Once de Septiembre por la
noche, ¿qué ve, indefectiblemente? A unos chavales catalanes quemando
banderas españolas. Cosa que, además, la mayoría de los chavales de
Barcelona no ha visto, porque esto pasa a las ocho de la noche, a última hora.
¿Cuál es la reacción del chaval de Almería? «Estos catalanes se han vuelto
locos y Pujol tiene la culpa, los nacionalistas...» Por esto está tan bajo como
está, en las cotizaciones. Lo estoy salvando, lo estoy justificando. Pero
también se le habría podido ocurrir antes, la idea.
¿Por qué Cataluña no ha tomado la iniciativa de reabrir las comunidades
autónomas españolas? Y el Gobierno de Madrid, el Ministerio de Cultura, sobre
todo cuando tienes competencia exclusiva en cultura. Y en lugar de huir y
esconderte y decir que vas a lo tuyo, hagamos cosas en común. Pues lo
primero es explicar el Once de Septiembre, explicar una historia de España en
27
�Almería, y en Extremadura, y en Orense y en Santander en la que se explique
que el Once de Septiembre del año 1714 nos quitaron los derechos que
teníamos, el Conseil de Cent y la Generalitat. Después fue muy bien
económicamente, pero desde el punto de vista político no. Y que cada año, los
catalanes lo celebramos porque nos gusta celebrar derrotas —un poco como a
los del Barca— y que, por lo tanto, es normal que haya unos chavales que a
última hora quemen banderas, no porque sí, sino porque es el final de fiesta,
de una fiesta por otro lado muy digna.
Y pasaría lo mismo con el Abrazo de Vergara, y la Batalla de Almansa.
Y lo que pasa en Valencia y por qué están tan enfadados con los catalanes.
Porque, ¿quién les explica a los chavales las razones por las cuales los
valencianos nos tienen manía a veces? Y, ¿por qué no les explican que no nos
la tienen, la manía? Que es un sector relativamente reducido y que, además,
ha habido esta historia, que además es lógica, de amor y odio. Somos primos,
somos primos hermanos, con los valencianos. Yo acabo de estar allí. Porque
yo me he empezado a mover por España, también, no sólo por Cataluña. Y les
voy explicando esto. Y les gusta. Pero si os tengo que decir que una reunión
fue patética. Y acabó a las tres de la madrugada y acabé agotado. Fue en
Valencia. Porque en Valencia cada persona es un mundo, no hay dos iguales;
todos te aman y todos no te aman, todos querrían y no querrían. Están con el
alma dividida, como es lógico, porque están entre dos capitales, entre dos
culturas fuertes.
Y bien, nosotros tenemos que incorporar a los valencianos. Los
valencianos nos han dado la pista. Porque Zaplana y Joan Romero se pusieron
28
�de acuerdo para hacer una cosa que ni los rectores de las universidades
valencianas creían que se pudiese hacer. Yo me los encontré a todos en Berlín
este verano —Bricall me convocó a la Asamblea de Rectores Europeos. Había
varios de Valencia. Para empezar, porque el de la Autónoma de Barcelona, y
presidente del Consejo de Rectores, en aquel momento, de España, es
valenciano: Solà. Pero estaba Ruiz Torres y los demás. Y eran todos
pesimistas respecto a esto. Que no se llegaría nunca a un acuerdo sobre el
tema de la lengua, en Valencia. Y llegaron a uno.
Ahora este acuerdo parece que se ha roto; nos acercamos a las
elecciones, eso que pasa... Y parece ser que el presidente de la Comunidad
Valenciana ya no está tan de acuerdo en acordar los nombres de las personas
que tienen que interpretar cuáles son las lenguas del tronco común. No sé
cómo lo llaman. Hablan de las lenguas del tronco común de la Corona de
Aragón, para no tener que decir catalán. Es igual. Pero ya lo han hecho y lo
han hecho bien, y han sido los universitarios y han sido unos políticos que han
tenido la generosidad de decir: «Pongámonos de acuerdo, vayamos hacia
adelante, nombremos a unas personas». Les falta un nombre, creo, sólo. Y
espero que esto algún día se arregle.
Yo creo, además, que, como dijimos Borrell y yo, sin prepararlo, el otro
día, el viernes pasado, en la conferencia del Partido Socialista Europeo, aquí
en Barcelona, en el PSC —que fue, creo, un poco más importante que el
Consejo Nacional de Convergència de ayer. Pero, en fin, en los periódicos
parecía lo contrario. Porque, en fin, en éste «le dicen las bases al presidente».
En ésta no. A ésta vinieron varios presidentes, ex presidentes, algunos: estaba
29
�f
'"-•
f
I
Gyula Horn, ex primer ministro de Hungría; estaba.Petre Roman,?ex primer*
ministrode Rumania; estaba [ININTELIGIBLE], que es el ministro de Economía
de Marruecos, socialista, en este momento. En fin, podríamos seguir.
Y la discusión que tuvimos allí, obviamente, fue sobre temas... Era el
Mediterráneo, el tema. Y qué tenemos que hacer los socialistas en el
Mediterráneo. Porque no se os esconde que todo el problema que tenemos
con Alemania, lo tenemos sobre todo porque debajo tenemos otra frontera que
para nosotros es tan o más importante que la del este para ellos. Ellos tiran
Europa hacia allí y nosotros estamos tirando Europa hacia aquí. Y decimos:
«Escuche, escuche, que los países del este son muy importantes y hay que
ayudarlos, pero la auténtica frontera, la tenemos en el sur, la tenemos en el
Mediterráneo». Y esta reunión fue para esto. Fue una reunión importante.
Y al final, en la clausura, llegamos Borrell y yo, y le pregunté a Raimon
Obiols, en voz baja: «Escucha, ¿en qué se habla aquí?». Porque yo había
recibido una nota de Joan Colom que decía: «Escucha, habla en catalán, que
hay traducción». Le pregunté a Raimon, que es quien manda, y Raimon me
dijo: «Hombre, puedes hablar en catalán, di unas palabras; pero mira, aquí hay
mucha gente latinoamericana». Y estaba también Moratinos, y estaba Juan
Antonio Yáñez, diplomáticos españoles, etcétera. Y dijo: «Quizá mejor que
después hables en castellano y no les hagas poner esto». Y empecé en
catalán, antes ya habían oído la voz: «y ahora les hablaré en castellano
porque, además, les tengo que decir que el castellano es uno de los grandes
patrimonios de los catalanes». Gran aplauso. Los señores estuvieron
contentos. E inmediatamente después, Borrell, que no es manco, salió y dijo lo
30
�contrario. Que él se comprometía, como candidato, etcétera, a que España
entendiera que el catalán es un gran patrimonio de España.
Y eso es de lo que se trata. Se trata de que en los euros ponga
«España» en catalán, en castellano, en gallego y en euskera. Se trata de que
se traten a las lenguas cooficiales del Estado como lenguas cooficiales del
Estado. El primer día que lo dije, me llamaron de Santa Coloma de Gramenet y
me dijeron: «Maragall, ¿tú has dicho que los niños de Guadalajara tienen que
aprender el catalán?». Digo: «Hombre, yo no he dicho que los niños de
Guadalajara tengan que aprender el catalán», «pues dice la televisión y dice la
radio...» Pero es que hay una radio, de estas radios que hay en Santa Coloma,
que a veces... Pues, «han dicho que tú decías esto». No. Yo lo que digo es
que el catalán tiene que estar reconocido por el Estado español como lengua
propia oficial y que, por lo tanto, tiene que respetarla, tiene que protegerla,
tiene que hacer uso de sus medios, el Instituto Cervantes por todo el mundo,
los canales de televisión internacionales, todos los sistemas de edición,
etcétera, para que el catalán sea conocido. Porque —¡caramba!— el día en
que el Estado español lo haga, los catalanes tampoco nos veremos tan
obligados a hacer eso que tampoco nos gusta tanto hacer, que es hablar
siempre de lo nuestro. ¡Caramba! Pero tienen que empezar ellos, también.
Tenemos que empezar nosotros.
Digamos que el castellano es para nosotros una riqueza inmensa,
inmensa. Y que todo el exilio que hemos tenido, los [Boix Gimperes], los
[ININTELIGIBLE] y los que han estado por América, que se han integrado en
aquel mundo, han sido los mejores embajadores de un mundo que para
31
�nosotros, económica y cultural mente, es el protagonista de la telecomunicación
y de la edición, por ejemplo. Es absolutamente básico. Las principales
editoriales del mundo en lengua castellana están en Barcelona. Y a mí, en
Italia, si una cosa me envidiaban, era esto. Me envidiaban dos cosas: una, y
ahora hablaré de ello, «/'/ modelo catalano», que decían ellos; y la otra, el
hecho de que nosotros tenemos un idioma mundial y ellos no. Y los franceses
tampoco y los alemanes tampoco. Saben que nosotros, como país, como
españoles, tenemos un activo impresionante, que nos permite ir por el mundo
prácticamente sin traducción: a toda América, a América del Sur y, cada día
más, a América del Norte.
Pues éste es el segundo punto del federalismo cultural. El tercero sería
que no sé por qué no hemos hecho más uso del artículo 146 del Tratado de la
Unión Europea —y sobre el que me tuve que apoyar cuando era presidente del
Comité de las Regiones— que dice que en aquellos casos en los que una
comunidad autónoma o región o land tenga competencia exclusiva en una
materia, puede representar al Estado en el Consejo de Ministros. Es decir, los
alemanes, que no tienen ejército ni tienen policía ni tienen Ministerio de
Cultura, porque los americanos no quisieron —reconozcámoslo—: al acabar la
Segunda Guerra Mundial, los aliados no quisieron. Así como la Primera Guerra
Mundial, la liquidaron en el Tratado de Versalles (que fue un desastre, que
obligó a los alemanes a comer pan y agua —creó el fascismo, el nazismo
prácticamente, este tratado), en la Segunda Guerra Mundial los aliados dijeron
«no volvamos a hacer el mismo horror»: Plan Marshall, dinero por delante.
Pero, en cambio, políticamente no. Y les quitamos el ejército, por descontado;
32
�la policía, que es de los lander (todo son Mossos d'Esquadra, para
entendernos, o Ertzaintza, no hay policía nacional). Y les quitaron el Ministerio
de Cultura, porque consideraron que el Ministerio de Cultura tenía mucho que
ver con el ejército, de algún modo. En fin, que a última hora, cuando las cosas
se ponen mal, quien inflama los corazones y carga los fusiles no es un soldado
sino seguramente un maestro, un profesor, un ideólogo o una universidad. Y
se lo quitaron.
¿Y qué pasa ahora? Pasa que cuando la ministra Aguirre se va a
Bruselas, o antes el ministro Solana, o el ministro Solé Tura, ¿se encuentran a
quién? Se encuentran al presidente del land que está presidiendo el
Bundesrat. No, no el presidente; el ministro de Cultura del land que preside el
Bundesrat por votación. En Alemania hay una cosa que aquí no existe, que es
la Bundestreue. La Bundestreue también horizontal, no sólo de abajo a arriba
—ésta tenemos que ir creándola—, sino también —y tenemos que ir creándola
igual— la horizontal, entre unos y otros. Es decir, cuando Baviera representa,
Hessen no se enfada. O cuando Sajonia está presente, los de Hamburgo, que
también es Estado, es Ciudad-Estado, en este momento, todavía, ya veremos
por cuánto tiempo—, pues tampoco se ofenden.
El artículo 146 lo permite. Y, por lo tanto, en cultura, por ejemplo,
Galicia, Euskadi y Cataluña tendrían que enviar a sus consejeros en
representación de España al Consejo de Ministros Europeo de Cultura. Y así
iríamos siguiendo con otros temas en los que podamos tener competencia
exclusiva. Y eso os parecerá que es una cosa que se ha inventado un partido
independentista. No, no. Esto se está aplicando, lo que pasa es que nosotros
33
�no lo hacemos. A nosotros a veces se nos caen los anillos rápidamente. Nos
dicen: «Nosotros ya no podemos ir más lejos porque ya se ha dado muchísimo.
A los escoceses ésos, nada, no les han dado nada». ¿A los escoceses no les
han dado nada? Los escoceses, el otro día lo decía el periódico: «Jueces
escoceses juzgarán en La Haya a los terroristas libios según las leyes
escocesas». ¿Se imaginan ustedes un título similar cambiando Escocia por
Cataluña? En un periódico de Madrid, para entendernos. Podría ser terrible,
podría ser el fin. Pues Escocia, que no tiene nada, tiene esto. Y Escocia, que
no tiene nada, tiene una cosa aún más importante, que es la subsidiariedad.
Esto es lo que yo he aprendido, lo que yo he mamado en Bruselas con los
regionales y con las ciudades. Juntos, ¿eh?
Nuestro presidente quería dividir, él era partidario de dividir regiones y
ciudades. Yo creo que se equivocó. Los propios lender alemanes no quisieron,
dijeron: «la unidad hace la fuerza». Y es verdad. Y la subisidiariedad interesa a
todo el mundo, a unos respecto de los otros. «Subsidiariedad» quiere decir que
las cosas... Lo dice el Tratado de la Unión; en el preámbulo, dice: «La Unión
Europea es una unión de pueblos cada vez más estrecha donde todo se hará
cada vez más cerca, lo más cerca posible de los ciudadanos». Pero el artículo
3b lo niega, porque dice: «La Unión no hará todo aquello que los estados
puedan hacer», y se acaba. No dice «los estados, las regiones y los
municipios». No lo dice.
Ésta es la enmienda que nosotros hicimos en la Conferencia
Intragubernamental y naufragó. Ni [ININTELIGIBLE], ni [ININTELIGIBLE], ni
nada de nada. Los estados no quisieron. Los estados no quieren que lo que
34
�ellos utilizan ante la Unión sea utilizado en su interior por las regiones, o
comunidades autónomas, o nacionalidades históricas, o no. No quieren. Pero
querrán. Tendrán que querer porque al final hay cosas en la vida que no se
pueden evitar. «No se pueden poner puertas al campo», dicen los castellanos.
Con esto pasará exactamente igual. Es tan evidente que si una cosa la sabe
hacer la sociedad no tiene que hacerla el Estado; es tan evidente que no hay
que predicar demasiado para que esto poco a poco se vaya infiltrando, incluso,
finalmente, en las constituciones.
La Constitución italiana, que D'Alema ha presidido la Bicameral que
deben estar haciendo, la segunda parte —porque la primera parte queda tal
como era, que es la del 48 y es el Estado laico, etcétera; la segunda parte
empieza diciendo, artículo 51: «La República Italiana» (decía la «República
Federal» y entonces Berlusconi se opuso y cayó lo de «federal», pero a lo
mejor ahora lo vuelven a poner, con suerte). Dice: «La República Federal
Italiana está formada por comuni, provincie, regioni e estafo». Es decir, el
Estado es una parte de la República. Se ha acabado aquí. Comuni, provincie,
regioni e estafo forman la República.
Artículo 52: «Todo aquello que pueda hacer la sociedad, no lo hará la
Administración
Pública.»
Artículo
53:
«Por
el
mismo
principio
de
subsidiariedad, todo aquello que puedan hacer los órganos más pequeños no
lo harán los más grandes.» Se ha acabado. Estos tres artículos, que se
aprobarán, entre otras razones porque el que era presidente de la Bicamerale,
de la Comisión, Senado, Parlamento, que dirigía D'Alema, y ahora es primer
35
�ministro... Son además ya cosas que están avanzando la legislación
administrativa.
Hay una ley importantísima italiana —ya no los quiero aburrir más sobre
este tema—, pero hay una ley muy importante —como tenemos notarios y
tenemos juristas también aquí—, la del 15 de marzo del año pasado (lo que
llaman la Ley Bassanini) que de hecho aplica todo esto ya a la simplificación
de la Administración. Y en esta ley se dice lo mismo que en la ley escocesa de
los británicos. Se enumeran las cosas que el Estado se queda, no las que se
envían. El gran error, imposible de evitar, de la Constitución española es haber
hecho al revés. La Constitución española dice detalladísimamente qué es lo
que se envía y qué es lo que se comparte, y qué es lo que es concurrente y
qué es lo que es delegable, etcétera. En cambio, los ingleses han dicho, en el
caso de Escocia han dicho: «Westminster will take... El Parlamento británico
mantendrá la defensa, la ocupación, la economía, la embriología y el aborto».
Dos temas por una cuestión de moral anglicana, supongo. Y no dice nada más.
Lo cual significa que todo lo que no se dice se entiende que la cláusula abierta,
la cláusula residual va hacia abajo, es de Escocia.
La ley italiana del 15 de marzo dice una cosa similar. Lo que pasa es
que los italianos, que ya sabemos, son más como nosotros, y entonces dijeron:
«Bueno, cuatro o cinco», y hay veinticuatro. Empezaron con la a, b, c, d y
acabaron con la z. De acepciones, es decir, de cosas que el Estado se queda.
Pero es igual porque, en última instancia, el principio ya está asentado, e Italia
todos sabemos que es lo suficientemente subsidiaria de facto como para que
estas cosas avancen.
36
�Pues bien, el federalismo catalán, la propuesta federalista catalana es
ésta, no es mucho más. No es mucho más que esto. Yo añado una cosa que
entiendo. Esta la pongo absolutamente entre paréntesis porque yo no querría...
Porque además ya es muy tarde y tiene que haber un poco de coloquio si es
que alguien quiere preguntar. Pero yo creo que de verdad, tendríamos que
hacer un esfuerzo por convencer a la clase política española de que veinte
años después de la Constitución... veinte años. Es decir, cuando ya la mitad de
la población que votará el año que viene tiene treinta y nueve años y, por lo
tanto, más de la mitad de la población no ha votado la Constitución. Cuando
hace veinte años que hicimos una Constitución cuando no estábamos ni en
Europa ni en la OTAN y no se habían creado las diecisiete comunidades
autónomas, sólo se había dicho «nacionalidades y regiones», pero no decía
cuáles y no lo podía decir porque no estaban... Quizá sí que el mínimo
esfuerzo que tenemos que hacer ante la juventud —que ya no es tan joven,
porque llegan a los cuarenta años— es leer en voz alta la Constitución que
hicimos, los que somos un poco mayores, y ver si la entienden y les gusta.
No estoy diciendo ahora si se tiene que releer, si se tiene que retocar.
Hay una cosa que se tiene que retocar, que es el Senado. Pero en esto todo el
mundo ya está de acuerdo. Y en el Senado, por favor, los catalanes juntos. En
el Senado, tenemos que coger la Propuesta Rigol y, a partir de la Propuesta
Rigol y la Armet —y otras, en fin, contribuciones que hay— hacer una
propuesta catalana de Senado. No hagamos la tontería inmensa de dividirnos
en este tema, porque es el arma más grande que tendremos.
37
�Aún no entiendo yo por qué este año no ha habido el debate sobre las
autonomías. Supongo que ha sido por el tema vasco y es comprensible. Pero
de aquí a tres meses no debería haber ningún motivo para que no se pudiese
hacer. Enseguida dirán que hay las elecciones de junio. En fin, siempre
estamos igual. El debate de autonomías en el Senado es el sitio donde Jordi
Pujol va a hacer lo que debería haber hecho más —creo yo, modestamente, y
con todo el respeto que le tengo—: debería haber ido más a hacer este
discurso, como el que hizo en la Carlos III. Se tendría que haber prodigado
más, tendría que haber hecho más pedagogía, porque él la hace bien. Y os lo
digo porque he estado en Andalucía y, no es tanto como dice el corresponsal
de La Vanguardia, pero es cierto que no cayó mal.
De modo que lo que tenemos que hacer más es justamente eso, más
pedagogía, generar confianza y nos darán confianza. Si no la generamos
nosotros, no nos la darán. Y yo creo que, con toda franqueza —y quieren un
resumen— que debemos dejar tranquilas las cifras, de momento; que unos, si
quieren, opten por la movilización en la calle y todo eso, que hagan. Nosotros
optaremos por la discusión seria, amistosa y exigente. En la comida ésta del
The Economist me preguntó el presidente de la comida, dice: «¿Qué dirás
sobre este tema?». Y le dije: «Hombre, diré que nosotros seremos igualmente
exigentes, pero menos patosos». Finalmente no lo dije, pero aquí sí que os lo
digo, porque estamos en casa y por lo tanto no hay tantos problemas en este
sentido.
La confianza es la palabra clave. La confianza y la perseverancia. Mil
veces nos negarán y mil veces volveremos a insistir. Debemos tener una
38
�estrategia para todo el Estado y para Europa. Un compromiso de relectura
cada veinte años, no cada cinco años, como hacen en el Quebec. Nosotros
tenemos que jurar, sobre la Biblia de la Constitución, que cada cinco años no
pediremos
que
se
cambie
o
que
haya
un
referéndum
sobre
la
autodeterminación. Porque es que si no, no podremos ni invertir. No invertir los
que tienen dinero para invertir, no. ¡Ni la gente que cursa carreras sabrá cuál
escoger! Un país que se plantea cada cinco años preguntarse qué es, o si es o
no es, es un país perdido. Y de hecho, el Quebec ha perdido mucho. Yo ya sé
que esto se utiliza mucho por el otro extremo, por el extremo del nacionalismo
estatal, y de una forma excesiva; pero es verdad. Nosotros nos tenemos que
comprometer ante España a pedir una relectura de la Constitución cada veinte
años, no cada cinco. Aparte de los detalles —que esto los americanos lo hacen
cada año, o los alemanes, cada año uno o dos pequeños.
Una estrategia para todo el Estado y un compromiso de relectura cada
veinte años. Estudiar qué pasa y seguir muy de cerca qué pasa en Italia y en el
Reino Unido. No descartar un margen de autonomía en los tipos. Permitidme,
eso sí, un poco de [ININTELIGIBLE] fiscal —yo no veo tanto problema en esto,
los americanos lo tienen y los ayuntamientos también. Y no pasa nada, no se
exclama tanto todo el mundo. Insistir en el gasto equitativo. Esto es básico. Y,
repito, atreverse a arriesgar con prudencia, pero una y otra vez.
Hay un artículo de un escritor de finales del siglo pasado, catalán, que
se llamaba La patria nueva (lo escribió en castellano) y en él decía: «Cada vez
que el catalanismo...». Cada vez que el catalanismo pierde una batalla, en
España, en Madrid, hay voces que dicen: «Hemos ganado». Y entonces
39
�nosotros preguntamos: «¿Quién habéis ganado?». Dice: «Nosotros». Y les
pregunta: «¿Y quiénes sois vosotros?». Dice: «Nosotros somos la patria».
«¿Qué patria?» «La única, la que hay». Entonces, él dice: «Nosotros nos
tenemos que acostumbrar a que cada vez que el catalanismo gane una batalla,
podamos decir: "España ha ganado". Y entonces nos preguntarán: "¿Qué
España?". Y nosotros diremos: "La nuestra". "¿Y quién sois vosotros?"
"Nosotros somos los que hacemos patria nueva."»
Esto es lo que tenemos que hacer y cuento con ustedes para ello.
40
�
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04.02. Activitat política
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Recull la documentació generada en relació a Pasqual Maragall en la seva activitat als partits i associacions d'àmbit polític: Front Obrer de Catalunya (FOC), Convergència Socialista de Catalunya (CSC), Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC), Partido Socialista Obrero Español (PSOE), Ciutadans pel Canvi (CpC).
Type
The nature or genre of the resource
Sèrie
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Title
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Conferència de Pasqual Maragall Cercle Financer: La propuesta catalana
Creator
An entity primarily responsible for making the resource
Maragall, Pasqual, 1941-
Date
A point or period of time associated with an event in the lifecycle of the resource
1998-11-30
Type
The nature or genre of the resource
Conferència
Format
The file format, physical medium, or dimensions of the resource
Textual
Language
A language of the resource
Castellà
Subject
The topic of the resource
Catalanisme
Independència
Espanya plural
Catalunya
Territoris
Acció política
Economia
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Traducció al castellà de la conferència dita originalment en català.
Spatial Coverage
Spatial characteristics of the resource.
Cercle Financer
Provenance
A statement of any changes in ownership and custody of the resource since its creation that are significant for its authenticity, integrity, and interpretation. The statement may include a description of any changes successive custodians made to the resource.
Aquest document és còpia digital de l'original custodiat a l'Arxiu Nacional de Catalunya.
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Level
The hierarchical level of the materials being described by the element (may be other level too).
Document
Arrangement
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Discursos i conferències